lunes, 27 de septiembre de 2010


Me gusta observar el cielo de noche, sobretodo si no hay estrellas.
El cielo negro tiene una propiedad misteriosa que me tranquiliza.
Creo que mis demonios gozan de la oscuridad que a los mortales perturba.

El dos más dos que me enseñaron en el colegio nunca fue una ecuación válida para mis neuronas. El inconciente se apoderó de su alma incinerando su cuerpo, reduciendo a cenizas las cruces que la historia me obligó a cargar.

En aquel cielo negro se encuentra la libertad, mi libertad. Aquella que adorna las murallas de las calles porteñas, esas que se transforman en los pizarrones de los niños rebeldes.

No sé que respuestas se niega a responder el infinito, sólo sé que no estoy al frente de un pozo vacio. Llámenlo infinito, adjetivicenlo como quieran. No es mi propósito escribir la historia, mi propósito es buscar la mía y crear la nuestra...